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La hamaca yucateca… ¿de Yucatán?

Sácala la hamaca ninia, para aliviarnos el calor y los mosquitos. Es que cada vez que nos hamaqueamos en una hamaca yucateca, nos arrulla la tradición de la península, mi p’urux, pero no siempre fue así. En la época de los mayas no había hamacas, y si no me crees, que lo diga el mismo Fray Diego de Landa que los conoció en vivo y en directo y dejó por escrito que los mayas dormían en camastros. Parece que los españoles, que no podían pegar el ojo con los calores de este nuevo mundo, vieron que los nativos de la isla de Santo Domingo dormían y roncaban de lo lindo en esta especie de cama suspendida, tejida de la corteza del árbol de Hamack, que es de donde le viene el nombre. ¡Qué tesoros, qué fuente de la Juventud ni qué ocho cuartos! La hamaca fue el mejor descubrimiento de los hijos de la madrastra patria, que si no, las estampas de los Montejo, los Cortés y demás conquistadores se verían ojerosas y trasnochadas en los libros de historia. Que se sepa: la hamaca entró a Yucatán por Quintana Roo y poco a poco los mayas la colgaron en sus chozas para dormir, para arrullar a sus bebés, para usarlas de mecedoras, y para que jugaran los chamacos, aunque se llenaran de chuchulucos.

No es yucateca la hamaca, pero como si lo fuera porque cuando los frailes franciscanos trajeron de España el bastidor, el hilo de algodón y las agujas, las convertimos en la medialuna del sueño porque nunca sabrás lo que es entregarse de verdad a los brazos de Morfeo (o hasta de tu boxito, linda hermosa), si no lo haces en una sabrosa hamaca de Yucatán, esa que no vas a encontrar en ninguna otra parte del mundo.

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